lunes, 14 de agosto de 2017

Verano del cincuenta y dos





Se abrazó a él en un intento desesperado por mantenerlo con vida. Lo besaba de manera incontrolada, le murmuraba en su oído que no se marchara, que no la dejara sola. Cerró sus ojos un instante y vio como corría calle arriba. María le gritaba mientras alzaba su brazo enseñándole un papel que agitaba de derecha a izquierda. Así fue como comenzó sus vidas de pareja con un contrato de trabajo en una fábrica de coches Ford. Ella se dejó llevar por la emoción y esbozó una gran sonrisa que iluminaba todo su rostro.
Le parecía mentira que llegara ese momento. Aún recuerda aquel año del cincuenta y dos cuando eran dos críos que veraneaban en la Costa Azul con sus familias. Su primer encuentro fue en aquella calita donde solía ir con su padre a pescar. A ella no le gustaba mucho así que se ponía a ver a los cangrejos y a contarlos. Parecía como si estuviera pasando lista, les ponía nombres y los tenía clasificados por colores. Cuando se aburría corría por la playa jugando con el vaivén de las olas o escribía su nombre en la arena. 

Sus recuerdos pasan por su cabeza mientras le sostiene fuertemente en su regazo, sus dedos lo aprietan. Las lágrimas caen por sus mejillas ahora pálidas por el dolor. Sus ojos se pierden en un intento de atrapar el pasado. En su memoria está aquel día, en que la familia decidió pasar el domingo en la playa. Su madre colocaba unas tumbonas de rayas, unas sombrillas, una mesa, una nevera donde estaban los refrescos y la comida. Ella correteaba saltando con las olas que rompían en la orilla mientras su madre preparaba todo. A lo lejos vio a un muchacho en las rocas donde se encontraban los cangrejos, en la mano llevaba un retel para pescarlos. Corrió hacia allí para impedir que cayeran en sus manos, así fue como se conocieron. Desde aquel instante todos los veranos lo pasaban juntos. Durante el invierno se carteaban contándose lo que hacían, cómo le iban sus estudios, las riñas familiares y no faltaba el amor. En esas cartas se decían cuánto se echaban de menos y las ganas de volver a encontrarse.  Así durante muchos años hasta que ya, en la época de adolescente él decidió ir a su ciudad para terminar los estudios. Fue entonces cuando decidieron no separarse más. Los recuerdos se difuminan por el agotamiento, se tumba a su lado y se acurruca como una niña pequeña buscado su calor. Lo ves, le dice: allí estoy en aquella calita mirando los cangrejos y tú intentando cogerlos para mí.



1 comentario:

  1. Esta me ha gustado mucho María José, me recuerda a canciones melódicas que he escrito sobre amores de juventud...

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